La escuela y la lucha contra el extractivismo

La escuela y la lucha contra el extractivismo

La escuela y la lucha contra el extractivismo

Desde la Secretaría de Educación Ambiental de Agmer Paraná compartimos la preocupación ante un posible acuerdo comercial entre Argentina y China para instalar granjas industriales porcinas.

Nos hemos manifestado recientemente, junto a una diversidad de organizaciones sociales y ambientales, para que cesen las quemas en las islas y se sancione una ley de humedales que los proteja de manera integral; así como nos hemos manifestado en otras ocasiones contra el fracking, los agrotóxicos, las termas, y a favor de la soberanía alimentaria y modelos productivos que cuiden los territorios y las personas para el presente y para las generaciones futuras.

¿Pero por qué, docentes, debemos preocuparnos por acuerdos comerciales que son anunciados como la oportunidad de progreso para el país? Porque se trata de falsas soluciones.

El chiquero disfrazado de progreso

Este anuncio debe alertarnos como ciudadanas y ciudadanos, porque llega a nuestro país luego de que la peste porcina africana haya diezmado los criaderos de cerdos en China, donde tuvieron que sacrificar millones de estos animales. En medio de una pandemia, y conociendo el origen zoonótico de los coronavirus, se pretende traer a nuestras tierras una actividad basada en el hacinamiento de animales, con su consiguiente debilidad inmunológica (posibilidad de mutaciones virales y nuevas pandemias), el uso excesivo de antibióticos y la contaminación con miles de toneladas de excremento (por solo nombrar alguna de las características más visibles y cuyos impactos bien podemos imaginar). “La cría industrial de cerdos, como toda ganadería industrial, lleva irremediablemente a la generación de resistencia bacteriana a antibióticos como lo ha denunciado la OMS. Según el propio Instituto Malbrán, esto constituye uno de los principales problemas de salud pública que se cobra 800.000 vidas al año en todo el mundo.” (www.foroagrario.org)

Lo que se conoce del posible acuerdo es que se instalarían 25 criaderos con 12 mil o 15 mil madres cada uno. Y se sabe con certeza que la cría industrial de cerdos requiere un alto consumo de agua y soja y maíz transgénico para alimentar los animales, con la consecuente ampliación de la frontera agrícola, cuyos daños conocemos de cerca desde aquella nefasta década del 90 cuando Felipe Solá autorizó el ingreso de la soja transgénica a la Argentina: usurpación de tierras a las comunidades campesinas y los pueblos originarios, destrucción del monte nativo, pérdida de la biodiversidad, desarraigo de poblaciones y hacinamiento de personas en las ciudades.

Además, campesinas y campesinos organizados en todo el país consideran que este posible negocio es una amenaza para la pequeña y mediana agricultura familiar, así como para la salud de quienes trabajen en dichas granjas.

Este, como otros proyectos extractivistas disfrazados de progreso, siguen sosteniendo una primarización de nuestra economía -basada en exportaciones que solo enriquecen a un sector concentrado-, profundizando la dependencia y la pérdida de soberanía como país. Dicho en criollo, pasaremos de granero a chiquero, con toda la suciedad en nuestro patio.

Luego de esta brevísima reseña, volvamos a la pregunta inicial ¿por qué, como docentes, debemos preocuparnos por un acuerdo comercial entre Argentina y China? ¿Por qué no ocuparnos de planificar nuestras clases y de intentar “transmitir algo de contenido para no perder el año”?

Como docentes sabemos que no tenemos en nuestras manos votar las leyes ni firmar acuerdos comerciales, pero tenemos la responsabilidad de enseñar sobre los derechos ciudadanos y ejercerlos, tenemos la posibilidad de ir generando cambios a largo plazo, cambios culturales, comenzando por cuestionar el sistema en que vivimos y los conocimientos que pretendemos construir cuando enseñamos. Porque cuando nos duele la pobreza de nuestros estudiantes, debemos buscar las causas en este modelo extractivista y ecocida instalado y profundizado en nuestro país desde hace muchas décadas, y del cual los cerdos para China son la nueva modalidad de este ecocidio disfrazado de progreso. (Y no se trata de una palabra de moda, solo escriba “ecocidio” en el buscador, lea y saque sus propias conclusiones).

Las propuestas pedagógicas que elaboramos en este tiempo de pandemia, donde tuvimos que replantearnos muchas cosas, son también la oportunidad de replantearnos los contenidos que intentamos transmitir y la manera en que los transmitimos. (Si es que de transmitir contenidos se trata, quizá deberíamos pensar en enviar actividades significativas, que despierten la imaginación y fortalezcan la empatía).

Tuvimos que repensar formatos, estrategias, modos de comunicación. Es la oportunidad también de repensar las miradas respecto del ambiente, esa dimensión transversal que debería impregnar todas nuestras planificaciones y prácticas.

¿incorporamos a nuestras propuestas las últimas noticias acerca de los incendios en las islas? ¿Enseñamos acerca de los humedales y su importancia vital? ¿Nos referimos a la naturaleza como recurso natural –explotable con fines económicos—o como bienes naturales comunes? ¿Le damos espacio en nuestras clases virtuales a la observación del entorno natural, a poder fotografiar una especie nativa o un ave? ¿Les propusimos a nuestros estudiantes preguntarse por los alimentos que están consumiendo, de dónde vienen, qué contienen, si los nutren o no? ¿Hicimos primero nosotras y nosotros este ejercicio? ¿Nos pensamos como parte de la naturaleza o como meros espectadores externos?

La crisis ambiental de la cual el COVID-19 es apenas una de sus consecuencias graves, nos obliga a reposicionarnos, y dejar de considerar la educación ambiental como un anexo del que se ocupa la seño de ciencias naturales con el reciclaje o el profe que abraza los árboles.

Tan urgente como garantizar el vínculo con toda la población estudiantil en estos tiempos de no presencialidad, es poder ofrecerles propuestas pedagógicas que reconecten a niños y niñas con el espacio verde –suficiente o escaso– que tenga en su hogar, que favorezca en las y los adolescentes una mirada crítica del sistema, para que puedan cuestionarse la idea de calidad de vida asociada a nivel de consumo, y comprender que no es progreso hacinar miles de animales y llenarlos de antibióticos para producir carne para exportar a China, a costa de contaminación, enfermedades, pérdida de biodiversidad de nuestros ambientes y calentamiento global.

Infancias y juventudes en todo el mundo están mostrándolo. No es casual que la mayoría de quienes se manifestaron contra las mega-granjas porcinas, son jóvenes.

Una potencia inimaginable de nuestro rol educativo. La soberanía pedagógica que debemos comenzar a ejercer y construir, desmontando la falsa idea de progreso.

Por eso, no tenemos en nuestras manos dictar leyes, pero sí, como colectivo de trabajadores de la educación, tenemos la opción de seguir sosteniendo un corpus de conocimientos obsoletos que solo reproducen las desigualdades sociales y la degradación ambiental, o de generar una educación crítica, cuestionadora y emancipadora. De eso se trata la educación ambiental, ni más ni menos. Para poder decir junto con nuestros estudiantes que los humedales no se tocan, o que las granjas industriales porcinas no son la alternativa que necesitamos para nuestro progreso económico y social.

Desde esta Secretaría, cada vez que sepamos de proyectos o actividades que pongan en riesgo la salud y el ambiente, volveremos a manifestarnos, porque entendemos que es parte esencial de la lucha que debemos dar, junto con las reivindicaciones salariales, las condiciones laborales y la construcción de la soberanía pedagógica.

María José López Ortiz
Secretaria Educación Ambiental
Agmer Seccional Paraná
Susana “Peta” Acevedo