18º Aniversario del Argentinazo
Al grito «…la lucha es una sola», la cacerola se sumó al piquete. En 2001, Argentina fue río de manos con fondo musical de olla vacía. Como pocas veces en la historia, el hambre del pobrerío, el de las barriadas, el de compatriotas desocupados, se fundió con el de las capas medias saqueadas y fueron vendaval.
Algo le estaba faltando a nuestras luchas. El interior venía bravío desde la resistencia a las políticas menemistas que decretaban «zonas inviables». Las provincias fueron pueblada a partir de aquella siesta santiagueña en diciembre del ‘93, cuando ardió todo. Desde entonces, se puso de pie todo el NOA; después fueron la Patagonia, el Litoral …y el mapa se tiñó de fuegos. El otro país supo fundir campo y ciudad en un solo puño. En las rutas, nuestro pueblo trabajador -ocupado, desocupado, jubilado- venía plantando la bandera de su dignidad. La rebeldía era saludada por paisanos cuentapropistas, profesionales y sectores de las clases medias que veían con simpatía y solidaridad aquel torrente. Ellos también venían con sus propias luchas, menos articuladas, menos visibles, menos colectivas; pero con necesidad de confluencia.
Y se juntaron nomás, y nos juntamos nomás. A pesar de los temores, los prejuicios, las dudas, la prensa en contra, la desconfianza, la clase media fue uniendo su reclamo al de las clases trabajadoras. Como en las familias grandes, donde se liman las desavenencias para la fiesta, el velorio o las necesidades; dejamos atrás viejas rencillas y marchamos hombro a hombro. Ganamos fuerzas cuando fuimos un sólo combate en las calles y las barricadas, pocas veces nos habíamos sentido tan bien acompañados. «Lo lindo es estar sentados / todos en la misma mesa / porque si nos desunimos / puede volver la tristeza», describió Tejada Gómez en su Coplera de las Cocinas.
Fueron muchas manos rascando el fondo de la olla vacía. Hubo que revolver bastante nuestro «guisito de esperanza». Las cacerolas hervían y hartas del encierro en las cocinas ganaron las calles. Para parir una patria libre no hace falta preguntar si el fueguito es de leña, carbón vegetal, garrafa social o gas natural de red. Queremos romper con la dependencia, dejar de ser colonia, terminar con el embudo unitario, que la cobija sea para todos y que no haya invierno, que las ollas no estén vacías; no son humildes las pretensiones del pueblo que se levanta. Es preciso «quemar el cielo» y para eso son necesarias todas las llamas populares.
Diciembre de 2001 tuvo mucho de todo eso. La libertad de la revuelta francesa en el cuadro de Delacroix, en la Argentina se hizo olla hirviente. El clanc, clanc, clanc de las cacerolas comenzó como golpeteo monótono y desesperanzado. Primero sonó a «tarreada» en los barrotes de la cárcel; ganó bronca cuando se juntó con los bombos del piquete; tuvo ritmo frenético contra el estado de sitio y fue batucada desenfrenada cuando el helicóptero despegó llevándose vendepatrias.
Existen sectores que reivindicándose como nacionales y populares miran con desprecio a las clases medias. En un país dependiente, disputado y sometido por el imperialismo, con clases sociales dominantes propias de los países sojuzgados (burguesía intermediaria de las potencias imperialistas, oligarquía terrateniente, etc.), con resabios feudales en muchas costumbres y en regímenes laborales, con una parte importante del territorio ocupada por el colonialismo, ese desprecio es un error histórico. Como hace 200 años, para la liberación nacional y una segunda independencia -ésta sí, definitiva- lo necesario es que todos los sectores populares marchen como un sólo torrente. Pararse como nacional y popular en la Argentina de hoy exige enfrentarse a los monopolios y bancos imperialistas; plantarse frente ante la burguesía intermediaria e instalar una verdadera industria nacional; arrancarle poder a la oligarquía terrateniente poniendo la tierra en posesión de quien quiere y necesita trabajarla, y para ello son imprescindibles también las capas medias de nuestro pueblo.
C
Agmer Seccional Paraná
Susana «Peta» Acevedo